El tomate frito de producción industrial tuvo su origen en España a mediados del siglo pasado. Durante las semanas de confinamiento se ha revelado como uno de los productos estrella, aunque ya era desde antes el rey de las salsas. Consumimos alrededor de un kilo por hogar cada mes, lo que significa que cada año se comen unas 140.000 toneladas. Gran parte de su éxito se debe seguramente a su versatilidad (podemos emplearla en infinidad de recetas, desde un plato de pasta hasta una pizza o una empanada). Pero también a otras características no menos importantes, como el ahorro de tiempo y esfuerzo que supone, su duración, su precio (asequible), su composición (similar a la que podemos hacer en casa) y sus características organolépticas (aspecto, sabor, textura…). Analizamos a fondo este producto que, en general, no es tan distinto del que podemos hacer en casa.
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