En abril de 1945, cuando la entrada de las tropas soviéticas en Berlín ponía fin a la Segunda Guerra Mundial y libraban al mundo del nazismo, comenzaba otro tipo de violencia de la que las mujeres fueron las principales víctimas. En apenas unas semanas, entre varios centenares de miles y dos millones de alemanas fueron violadas de manera masiva y sistemática por integrantes del Ejército Rojo, a quienes Stalin había dado luz verde al afirmar que, tras una campaña tan dura, “los soldados tenían derecho a entretenerse con mujeres”. Aunque en mucha menor medida, otros ejércitos aliados, como el francés o el estadounidense, también participaron en la barbarie, pero sobre todo contribuyeron a ella con su silencio necesario.