De todas las emociones que vivimos, la tristeza es la más difícil de nombrar y de identificar. No se trata de un dolor que es fácil de reconocer o de una explosión de rabia o de un sobresalto provocado por el miedo. Se trata de un dolor que languidece, pesa y cansa porque disminuye nuestra capacidad de actuar.
La tristeza interviene cuando el miedo y el enojo no funcionaron. No hemos sabido huir o explotar de rabia, entonces damos paso al llanto y a la tristeza como demostraciones de impotencia. A falta de expresarnos por palabras o gritos, nos replegamos sobre nosotros mismos. El rostro se endurece, la boca se cierra y no sabemos cómo hablar. ¿Por qué? “Porque ya no eres un niño”, una frase que escuchamos desde siempre, porque a una determinada edad, llorar ya no es aceptable ni está bien visto.
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