No importa que sean blancos, tintos, rosados o espumosos; e incluso no importa, o no del todo, los años que tengan: el calor y la luz son malos amigos de tus vinos. Igual que el aceite de oliva, del que te hablamos unos días, el vino es un producto extremadamente sensible a cambios de temperatura, a ruidos, a vibraciones, a olores e incluso al tipo de posición.
Ten en cuenta que, la mayoría, cuando duermen en sus bodegas, lo hacen en temperaturas controladas y uniformes, bajo humedades relativas cómodas y protegido de luces directas potentes. Vamos, casi siempre lo contrario que tendremos en casa salvo que seas todo un gourmet del vino y tengas alguna cava por casa como éstas que te sugerimos.
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